martes, 13 de diciembre de 2011

Arbol de Navidad: Orígenes remotos

Según los historiadores el pino o abeto de Navidad que conocemos hoy tiene un origen germano, con muchos aditamentos, casi demasiados, de la cultura norteamericana.

Pero si ahondamos en la Historia, descubrimos una fértil simbología llena de matices de otras culturas que no deberíamos olvidar.

Los antiguos egipcios tenían como tradición el celebrar, todos los fines de año, una ceremonia en la que llevaban una penca de Palma de 12 hojas, coincidiendo cada una con los meses del año. Con ellas realizaban una pirámide, recordar que el abeto tiene forma de pirámide que oculta una gran simbología, para ser quemada en honor a los dioses.

Muchos siglos después, concretamente en la mitad del siglo VIII, un misionero británico llamado San Bonifacio, intentando convencer a los druidas alemanes de que el roble no era sagrado, en pleno sermón “casualmente” cayó un inmenso roble aplastando muchos árboles y arbustos en su caída. Del desastre sólo quedó en pie un pequeño abeto, San Bonifacio creyó ver un milagro en él y consideró que el abeto sí debería ser objeto de culto.

A partir de ese momento le llamó “el árbol del Niño Dios”. Como resultado, todas las Navidades entre los cristianos pasaron a tener como objeto de culto a dicho árbol. Con posterioridad, la costumbre fue evolucionando hasta dar lugar a las distintas decoraciones que hoy presenciamos. Algunas de ellas con un fin simplemente lúdico y otras con gran contenido simbólico.

Según cuenta la tradición san Bonifacio asoció lo perenne del abeto al Amor de Dios y colocó en él manzanas y velas, simbolizando las primeras el pecado original y las tentaciones y las velas la luz de Cristo como Luz del mundo.

Con el tiempo estas se fueron transformando en esferas, las famosas ‘bolas de navidad’, y las velas en coloridos artilugios eléctricos. Dichas esferas simbolizan los frutos que da el árbol, la fertilidad y la abundancia. Dicen que, si las bolas son de cristal, activan la energía y las buenas vibraciones. Los Celtas acostumbraban a colgar las cabezas de sus enemigos como trofeo. Hoy no somos tan crueles, algo menos, por ello colgamos con la misma “ilusión” muñequitos, mariposas, avioncitos, dinero y hasta la torre Eiffel, potenciados por el deseo de que nuestras esperanzas se hagan realidad. El colocar campanillas es síntoma de alegría y los lazos, sobre todo en color rojo, representan la unión de las familias y personas queridas, uniéndolas a los dones que se desean dar y recibir.

La estrella en la copa del pino, tiene un capítulo aparte y muy simbólico. Representa la fe que debe guiar la vida del cristiano y recuerda a la “polémica” Estrella de Belén, para unos un cometa, para otros una nave extraterrestre, que guió a los Tres Reyes Magos astrólogos hacia el correcto lugar del trascendente nacimiento. Al principio comentaba la forma piramidal que los egipcios le daban a la pira en honor a sus dioses, los pinos tienen esa forma (coníferas) y se la asocia a que representa la Santísima Trinidad.

En toda Navidad que se precie no pueden faltar los regalos, y como regalos que son tienen que ser sorpresa. Estos se ponen al pie del árbol como antaño hicieron los Reyes Magos con sus ofrendas a los pies del Recién Nacido.

Los regalos son símbolos de amor, generosidad, prosperidad y buenos deseos, tanto para el que los da como para el que los recibe. Al igual que en toda la confección del árbol de Navidad, no importa tanto su valor material como la intención y emoción con que se haga. Todo es un mundo de símbolos intemporales que, en la medida de nuestra personal frecuencia emocional, recibirá los frutos adecuados del “árbol regado”.


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