Además, la proporción de tinta y pegamento, o la calidad del papel, hacen que no haya dos libros con el mismo olor.
El olfato perdió su protagonismo hace millones de años, cuando el ser humano alcanzó la verticalidad.
No deja de sorprender que haya sido ignorado por artistas y denostado por los intelectuales, cuando muchas de las conversaciones se desarrollan durante situaciones en las que el olor puede tener un protagonismo especial, como puede ser preparar una comida.
El efecto Proust es la capacidad evocadora olfativa, la que nos permite recuperar recuerdos antiguos y emotivos a partir de un simple aroma.

Un olor nos transporta a una experiencia almacenada en nuestra memoria tiempo atrás: la casa de la abuela, un paseo por la montaña, una tienda de chuches… o una biblioteca.
Nadie puede discutir que los libros tienen un aroma propio y que varía con su longevidad.
Al principio huelen a tinta y a productos químicos como el pegamento, pero con el tiempo estos olores desaparecen debido a que se van secando y evaporando.
Su lugar es ocupado por productos que se generan de la degradación del sustrato original del papel . Quizás lo difícil sea definir el olor de un libro.

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