Una monja muy jovencita, Catalina de Labouré, de la congregación de las Hijas de la Caridad, fue despertada una noche milagrosamente por el Niño Jesús, quien la condujo de la mano hacia la capilla del convento.
Allí le presentó a la Santísima Virgen María que estaba sobre el altar. María conversó con Catalina y le dijo palabras muy dulces, y le prometió lo siguiente: «...yo misma permaneceré con ustedes, y en ustedes tendré puestos siempre mis ojos para concederles gracias en abundancia».
La Virgen se apareció a Catalina por segunda vez, el 27 de noviembre de ese mismo año, y ese día le confió una misión muy especial. María estaba de pie, parada sobre un globo celeste, con sus manos extendidas. De ellas salían muchos rayos luminosos; unos, brillantes, y otros, opacos. María comenzó a explicarle: «El globo celeste representa el mundo entero, y estos rayos son las gracias que yo quiero concederles a todos los hombres...».
Catalina le preguntó por qué algunos rayos estaban apagados, y María respondió: «Son las gracias que quiero derramar sobre mis hijos, pero que ellos no me piden...».
Después apareció sobre ella un arco que decía: «María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti».
Y la Virgen dijo a Catalina: «Mira bien, y haz acuñar una medalla con esta imagen, para que todos los que la lleven colgada del cuello reciban abundantes gracias».
Al instante, la imagen giró sobre sí misma, y Catalina pudo ver el reverso de la medalla: había una letra M, la inicial de María, con una cruz sobre ella, y por debajo había dos corazones, uno con una corona de espinas como la que pusieron a Jesús al crucificarlo, y otro con una espada atravesada, como la profecía de Simeón en el templo, cuando María fue a presentar a su hijo.
Inmediatamente, Catalina informó de esta aparición a su confesor, el padre Aladel, y le pidió que hiciera acuñar estas medallas por encargo de María, pero él no le creyó.
La Virgen volvió a aparecerse a Catalina por tercera vez, y fue tanta la firmeza que ella puso en su pedido que Catalina convenció con sus insistencias al padre Aladel. Este decidió presentar el caso al obispo del lugar, quien después de hacer muchas averiguaciones, decidió mandar a hacer las medallas.
Las primeras medallas aparecieron en 1832, y rápidamente se fue extendiendo su uso. Fueron muchísimas las gracias y milagros que María derramó entre quienes usaban la medalla, cumpliendo así su promesa. Por esto, comenzó a llamarse la Medalla Milagrosa.
La devoción a la Medalla Milagrosa comenzó en nuestro país cuando los primeros vicentinos llegaron al puerto de Buenos Aires en 1859 y abrieron fundaciones e institutos dedicados a la caridad por todo el país: Buenos Aires, Entre Ríos, Rosario, Córdoba.
En 1941, el 27 de noviembre, fiesta de la Virgen de la Medalla Milagrosa, se inauguró un magnífico templo en Buenos Aires en su honor, levantado por las hermanas Hijas de la Caridad. En muchos lugares, se le rinde homenaje a María bajo esta advocación.
Se rezan novenas en su honor, y se imponen las medallas a las personas que se acercan con fe hasta su imagen. María, la Madre de Dios, sigue repartiendo sus gracias y sus dones a quienes la invocan con fe bajo esta advocación. 💖
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