Juan Vucetich
Nació hace más de un siglo en Croacia, en 1858, y a los 26 años se mudó a Sudamérica, donde se nacionalizó como argentino. Allí ingresó en el Departamento Central de la Policía de Buenos Aires y se convirtió en la primera persona en tomarse en serio los dibujos en relieve que todos tenemos en las yemas de los dedos.
Creador del primer sistema de identificación de huellas dactilares
¿QUÉ HIZO?
Con las huellas dactilares de 23 procesados, el 1 de septiembre de 1891, Vucetich elaboró las primeras fichas dactilares del mundo. En 1905, la Policía Federal de Argentina adoptó el sistema, que acabó llamándose Sistema Dactiloscópico. La gente, en principio, no aceptó el sistema de Vucetich. Por ejemplo, en la Argentina de 1917 se produjeron protestas públicas contra la obligación de que todo el mundo debía identificarse para formar un archivo de huellas dactilares. Se creía que así se estaban suprimiendo las libertades del ciudadano, suponiéndole un criminal en potencia. Sin embargo, con el tiempo, se convirtió en el sistema más usado en todo el mundo para identificar a las personas, por encima de nombres o fotografías.
Actualmente, el Sistema Automático de Identificación de Huellas Dactilares permite hacer lo que descubrió Vucetich de una forma mucho más veloz y eficaz, como en la típica escena de la serie de televisión CSI: la computadora puede realizar entre 4,000 y 10,000 comparaciones de huellas por segundo. Si no fuera por este sistema informático, la identificación de huellas entonces tardaría unos 15 años sólo para comparar 1 entre un millón, y en CSI se harían viejos antes de resolver su primer caso.
¿CÓMO FUNCIONA?
En 1823, John Evangelist Purkinje, un catedrático de Anatomía de la Universidad de Breslau, publicó una tesis en la que se mencionaba que había 9 tipos de formas de huellas dactilares, pero no hizo ninguna mención a que pudieran usarse para identificar individuos. Fue Sir William Hershel, en 1856, quien empezó a usar las huellas digitales para validar contratos. Su idea era la de que los comerciantes nativos pusieran la huella de su mano derecha detrás del papel del contrato, para evitar que alegaran que la firma no era suya.
Pero la primera persona que estudió las huellas dactilares como algo distintivo de cada individuo fue el antropólogo inglés Francis Galton, que en 1892 publicó sus conclusiones en el libro Huellas Dactilares (un título no muy original, por cierto). En este libro propuso 40 rasgos característicos para la clasificación de huellas dactilares. Aunque no podemos olvidarnos del escritor Mark Twain: en su obra Pudd’nhead Wilson, un asesino se identificaba también por sus huellas digitales. Vucetich leyó el libro de Galton (y quién sabe si también era aficionado a Twain), simplificó el sistema de identificaciones y lo aplicó por primera vez en una identificación policial. El sistema de Vucetich identificaba 101 rasgos principales en el dibujo de una huella dactilar, los cuales podían dividirse en 4 grupos, basados a su vez en 4 rasgos principales: arcos, presillas internas, presillas externas y verticilos.
Si se detiene a mirar sus dedos, le costará creer que en unas líneas tan poco llamativas (incluso los quiromantes no las consideran importantes) puedan existir tantos rasgos que nos distingan de los demás. Pero así es, y gracias a la detección de estas pequeñas diferencias se logró atrapar a Francisca Rojas, una mujer que había dejado huellas de sus dedos ensangrentados tras asesinar a sus dos hijos, en la ciudad de Necochea, provincia de Buenos Aires. La mujer, en un primer momento, había acusado a su vecino de la muerte de sus hijos, pero la huella ensangrentada en el buzón de la puerta la delató, y así, Francisca Rojas fue la primera criminal en ser identificada por sus dedos y no por su cara.
¿QUÉ SON LAS HUELLAS DACTILARES?
Las huellas dactilares no son obra de ningún artista, sino de la casualidad. Las huellas digitales se producen cuando nuestra piel se está formando en el vientre de nuestra madre. Entonces es cuando está siendo continuamente sometida a las presiones intrauterinas, al líquido amniótico, a los movimientos y la posición del feto en el útero, a la nutrición, la presión sanguínea, etc. Como si la piel fuera cemento fresco que se moldea según las influencias externas que reciba.
A partir de entonces, el dibujo resultante será inalterable, siempre el mismo y para siempre, hasta que fallezcamos (o incluso más allá, porque se han encontrado momias humanas que aún conservan las huellas). No importa que tengamos un hermano gemelo malvado que tenga nuestra cara, nuestros ojos, nuestra forma de caminar o nuestra voz. Sus huellas dactilares no se parecerán a las nuestras. En otras palabras, si a alguien se le ocurre clonar a Hitler, el nuevo dictador tendrá, al menos, las huellas digitales diferentes.
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