Estos son mis dos pies, mi error de nacimiento,
mi condena visible a volver a caer una vez más bajo las
implacables ruedas del zodíaco,
si no logran volar.
No son bases del templo ni piedras del hogar.
Apenas si dos pies, anfibios, enigmáticos,
remotos como dos serafines mutilados por la desgarradura
del camino.
Son mis pies para el paso,
paso a paso sobre todos los muertos,
remontando la muerte con punta y con talón,
cautivos en la jaula de esta noche que debo atravesar y corre
junto a mí.
Pies sobre brasas, pies sobre cuchillos,
marcados por el hierro de los diez mandamientos:
dos mártires anónimos tenaces en partir,
dispuestos a golpear en las cerradas puertas del planeta
y a dejar su señal de polvo y obediencia como una huella más,
apenas descifrable entre los remolinos que barren el umbral.
Pies dueños de la tierra,
pies de horizonte que huye,
pulidos como joyas al aliento del sol y al roce del guijarro:
dos pródigos radiantes royendo mi porvenir en los huesos del presente,
dispersando al pasar los rastros de ese reino prometido
que cambia de lugar y se escurre debajo de la hierba a
medida que avanzo.
¡Qué instrumentos ineptos para salir y para entrar!
Y ninguna evidencia, ningún sello de predestinación bajo mis pies,
después de tantos viajes a la misma frontera.
Nada más que este abismo entre los dos,
esta ausencia inminente que me arrebata siempre hacia adelante,
y este soplo de encuentro y desencuentro sobre cada pisada.
¡Condición prodigiosa y miserable!
He caído en la trampa de estos pies
como un rehén del cielo o del infierno que se interroga en vano
por su especie,
que no entiende sus huesos ni su piel,
ni esta perseverancia de coleóptero solo,
ni este tam-tam con que se le convoca a un eterno retorno.
¿Y adónde va este ser inmenso, legendario, increíble,
que despliega su vivo laberinto como una pesadilla,
aquí, todavía de pie,
sobre dos fugitivos delirios de la espuma, debajo del diluvio?
Olga Orozco fue una poetisa argentina, nacida en la provincia de La Pampa el 17 de marzo del año 1920 y fallecida el 15 de agosto de 1999. Durante su infancia, viajó en repetidas ocasiones, y finalmente se estableció en Buenos Aires, donde cursó la carrera de Filosofía y Letras y obtuvo el título de docente. Aparte de su producción literaria, fue una conocida periodista y redactora, e incluso ocupó cargos directivos en varias revistas de interés cultural. Por otro lado, incursionó en el mundo radiofónico como comentarista de teatro, y en el actoral, trabajo que mantuvo durante casi una década.
Como escritora, perteneció a la generación denominada Tercera Vanguardia, y se inspiró profundamente en el legado de artistas tales como los simbolistas franceses Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire. Como dato curioso, Olga sentía un gran interés en la lectura de las cartas, y algunos de sus poemas, como "La cartomancia", lo ponen de manifiesto de una manera muy particular. Los reconocimientos que recibió durante los más de treinta años que se dedicó a la escritura demuestran que su nombre dejó una imborrable huella en su país y en el exterior. Publicó más de diez poemarios, entre los que se encuentran "Cantos a Berenice" y "La noche a la deriva".
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