Las llamas crecían y devoraban todo.
En medio del caos, un pequeño colibrí voló al río, mojó en él sus alas, y regresó al incendio agitándose para apagar el fuego.
Repitió el proceso incansablemente, yendo y viniendo una y otra vez. Pero el fuego, indiferente, no dejaba de crecer.
Los otros animales, que estaban viendo lo que sucedía, le dijeron al colibrí.
-Oye, ¿por qué estás haciendo eso? ¿Cómo crees que con esas gotitas puedes apagar un incendio tan grande?
El colibrí, sin desanimarse, les respondió:
-Yo no sé si voy a apagar el incendio, pero sé que debo intentarlo.
El bosque me ha dado todo lo que soy, es mi origen y hogar. Tengo un inmenso amor por él.
¿Cómo no voy a intentar salvarlo?
Los animales se conmovieron al escuchar al colibrí y algunos se sumaron a sus esfuerzos.
Los dioses, que miraban desde arriba, también se conmovieron.
El cielo se cubrió de nubes y se desató una lluvia torrencial que apagó hasta la última llama.
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