martes, 30 de junio de 2020

1 de julio: Fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo

Jesús, en la Última Cena, le atribuye a su preciosa Sangre el mismo poder dador de vida que corresponde a su Carne (ver Eucaristía). Los Apóstoles, San Pedro (1 Ped. 1,2.19), San Juan (1 Jn. 1.7; Ap. 1,5 etc.), y sobre todo San Pablo ( Rom. 3,25; Ef. 1,7; Heb. 9,10) la consideran como sinónimo con Pasión y Muerte de Jesús, la fuente de redención. La Preciosa Sangre es por tanto una parte de la sagrada humanidad y está hipostáticamente unida a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

En el siglo XV algunos teólogos, a fines de determinar si la Sangre derramada por el Salvador durante su Pasión permanecía unida al Verbo o no, suscitaron el punto de si la Preciosa Sangre es una parte esencial o solamente un concomitante de la sagrada humanidad. Si es una parte esencial, argumentaban, nunca podría ser separada del Verbo; si es un concomitante sólo, podría serlo. Los dominicos sostenían la primera opinión, y los franciscanos la segunda. Pío II, en cuya presencia se realizó el debate, no tomó ninguna decisión doctrinal sobre el punto en disputa. Sin embargo, principalmente desde que el Concilio de Trento (Ses. XIII, c. 3) llamó al Cuerpo y la Sangre de Jesús “partes Christi Domini” la tendencia del pensamiento teológico ha estado en favor de la enseñanza de los dominicos.

Suárez y de de Lugo ven con recelo la opinión de los franciscanos, y el padre Faber escribe: “No es meramente un concomitante de la Carne, un accidente inseparable del cuerpo. La Sangre misma, como Sangre, fue asumida directamente por la Segunda Persona de la Santa Trinidad” (Precious Blood, I). La Sangre derramada durante el triduo de la Pasión, por consiguiente, volvió a unirse al cuerpo de Cristo en la Resurrección, con la posible excepción de unas pocas partículas que inmediatamente perdieron su unión con el Verbo y se convirtieron en santas reliquias santas para ser veneradas pero no adoradas. Algunas de tales partículas pueden haberse adherido y se adhirieron a los instrumentos de la Pasión, es decir, clavos, columna del azotamiento, la Scala Santa. Varios lugares como Saintes, Brujas, Mantua, etc. reclaman, basándose en antiguas tradiciones, que poseen reliquias de la Preciosa Sangre, pero a veces es difícil decir si las tradiciones son correctas.

Vista como una parte de la Sacra Humanidad hipostáticamente unida al Verbo, la Preciosa Sangre merece culto de latría o adoración. Puede también, como el Corazón o las Llagas de las cuales fluyó, ser singularizada para honor especial, del modo que se lo rindieron desde el principio San Pablo y los Padres, quienes alabaron tan elocuentemente su virtud redentora y apoyaron en ella el espíritu cristiano de auto sacrificio. Como señala Faber, las vidas de los santos están repletas con la devoción a la Preciosa Sangre. En el debido transcurso del tiempo la Iglesia dio forma y sanción a la devoción, mediante la aprobación de sociedades como los Misioneros de la Preciosa Sangre; enriqueciendo confraternidades como la de San Nicolás in Carcere, en Roma, y la del Oratorio de Londres; atribuyendo indulgencias a oraciones y escapularios en honor de la Preciosa Sangre; y estableciendo fiestas conmemorativas de la Preciosa Sangre, el viernes siguiente al cuarto domingo de Cuaresma y, desde Pio IX, el primer domingo de julio.

Fiesta de la Preciosísima Sangre

Para muchas diócesis hay dos días a los que se les ha asignado el Oficio de la Preciosa Sangre, siendo el Oficio el mismo para ambos días. La razón es ésta: al principio el Oficio se concedió sólo a la Congregación de la Preciosísima Sangre. Más tarde, como uno de los oficios de los viernes de Cuaresma, fue asignado al viernes después del cuarto domingo de Cuaresma. En muchas diócesis estos oficios también fueron adoptados por el Cuarto Concilio Provincial de Baltimore (1840).

Cuando Pío IX fue exiliado a Gaeta (1849) tenía como su compañero el santo Don Giovanni Merlini, tercer superior general de los Padres de la Preciosísima Sangre. Al llegar a Gaeta, Merlini le sugirió a Su Santidad que hiciera un voto de que si el volvía a obtener la posesión de los dominios papales, extendería la fiesta de la Preciosa Sangre a toda la Iglesia. El Papa consideró el asunto, pero pocos días después envió a su prelado doméstico Jos. Stella a Merlini con el mensaje: "El Papa no considera oportuno obligarse por un voto, sino que Su Santidad se complace en extender la fiesta inmediatamente a toda la cristiandad". Esto fue el 30 de junio 1849, día en que los franceses conquistaron a Roma y los republicanos capitularon. El 30 de junio había sido un sábado antes del primer domingo de julio, por lo cual el Papa decretó (10 de agosto de 1849) que en adelante cada primer domingo de julio debe estar dedicado a la Preciosísima Sangre.
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