miércoles, 30 de diciembre de 2020

Adiós 2020!!!

 

En la memoria colectiva global, 2020 quedará marcado como uno de los episodios más nefastos para la humanidad. En todo el mundo, nuevas reglas de juego han puesto a prueba a personas, sectores económicos, gobiernos, empresas... Nada ni nadie ha escapado a la terrible ola Covid-19 y aun no podemos aventurar si la sociedad que dejará esta pandemia será mejor o peor que la que teníamos. Pero de lo que no cabe duda es que muchos aspectos de nuestra vida nunca volverán a ser igual tras este tiempo duro y complejo. El horrible virus que ha inundado nuestras vidas nos impulsa a despedir 2020 con muchas ganas; con la incógnita de no saber que nuevos desafíos nos presentará 2021, pero con la convicción de que si algo nos ha enseñado este momento es a prepararnos para todo.

 

 


Es como haber vivido varios años en uno, y eso que aún no terminó. Así sigue sintiéndose 2020, año de cifra redonda, como para enfatizar su carácter de inolvidable. Tanto es así que, si hay algo en lo que la grieta no existe, es en la convicción unánime de que el año que está terminando será de esos que marcarán la historia, la personal y la del mundo, por muchísimo tiempo.
Las emociones de estos meses recorrieron el azoramiento, el miedo, el coraje, la desazón, la angustia, la incertidumbre y, en particular, la profunda resignificación de la trama de afectos y referencias culturales para sostener la propia existencia en tiempos críticos.

Todo lo vivido este año está demasiado fresco como para un análisis hecho con perspectiva. Por otra parte, cualquiera que pretenda analizar el universo subjetivo suscitado por el Covid-19 será, a la vez, observador y parte del universo estudiado, dado que, como partícipe de un hecho universal, estará inexorablemente hablando también de sí mismo a la hora del análisis. Sin embargo, nada impide la reflexión y abordar, con algunas pinceladas, las circunstancias y sentimientos que habitaron y aun habitan la dimensión anímica de los pasajeros del año del coronavirus.

Al evocar aquel ahora lejano marzo del año que estamos despidiendo, podemos recordar la sensación de incredulidad cuando aparecían los primeros barbijos y, también, la lisérgica idea de estar protagonizando una película apocalíptica, con calles desiertas, autos quietos y, sobre todo, un atronador silencio, que habitaba aquella cuarentena primigenia en la que el virus recién se asomaba.

El abanico emocional se iba ampliando a medida que el tiempo pasaba y los hechos se sucedían. El miedo ante los relatos sobre el contagio y las medidas de prevención se sumaba a la información confusa acerca de raros murciélagos chinos, todo agravado hasta extremos impensados por la angustia de ver las fuentes de trabajo amenazadas o directamente destruidas de un minuto al otro, y en medio de una modificación sustantiva de las formas de relacionamiento social y familiar impuesta por el aislamiento.

La vida cotidiana, más allá de las ventanas que significaron desde un principio las pantallas, empezó a tallarse casi exclusivamente dentro de las paredes de la propia casa, la misma casa que antes solamente se habitaba por las noches o los fines de semana. Los rostros de los familiares convivientes, quienes antes se veían entre sí al volver del trabajo o los sábados y domingos, ahora empezaron a ser parte del paisaje visual mañana, tarde y noche, con lo bueno y lo malo que eso implicó, porque trajo tanto una profundización o un enriquecimiento de las relaciones como un desgaste de los vínculos.

Podemos afirmar que la cuarentena no rompió por sí misma nada a nivel de los vínculos, sino que puso presión en las relaciones que estaban previamente débiles o resquebrajadas. Anticipó quebrantos, agudizó conflictos preexistentes hasta el paroxismo, pero también, por otro lado, transparentó las virtudes en relaciones que, antes, venían "livianitas", pero supieron encontrar trascendencia en la emergencia.Decíamos que 2020 ha sido un año largo y eterno que, a la vez, pasó en un instante. Desde lo psicológico y anímico, el año que estamos despidiendo fue contradictorio y estuvo habitado por emociones y vivencias que cada cual irá elaborando con el tiempo. Ojalá pudiéramos decir que con su cierre, y con la llegada de 2021, todo irá mejorando. No podemos asegurarlo, más allá de que el avance en relación a las vacunas ofrece un panorama más auspicioso.

De cualquier forma, en términos de historia humana, la pandemia de Covid-19 fue y es una marca más para una especie, la nuestra, que no ha tenido regalados sus días desde su lejano origen. A cada generación le tocan sus dificultades. Por eso, es posible imaginar que en el futuro habrá alguna sobremesa familiar en la que algún anciano, protagonista y testigo hoy joven de este año inédito, contará sus peripecias durante el paso del coronavirus.

Podemos imaginar que ese anciano relatará su experiencia con el orgullo de quien pudo sortear obstáculos y peligros, tanto los externos como los que surgen de sus miedos y flaquezas, para continuar el camino. Los nietos escucharán al principio absortos para, con el tiempo, entrar en un estado de somnolencia por lo mucho que se contó la misma historia una y otra vez. Así somos los humanos: a veces los tesoros más útiles están en el relato de sobremesa de un anciano que hizo lo suyo para atravesar las aguas difíciles y posibilitar que la historia siga.

El deseo es que podamos complementar la aridez de este 2020 y de, quizá, parte de 2021, con el sueño de participar de una futura sobremesa como la descripta, en la que con orgullo se cuente a los más jóvenes lo vivido en aquel año, el de la cuarentena, en la que todo fue muy pero muy difícil, pero, aun así, se atravesó el desierto, para que ese futuro hoy imaginado sea posible.

Por: Miguel Espeche

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