domingo, 3 de mayo de 2020

El clavel del aire

El clavel del aire:
Esta particular, hermosa y aromática planta tiene gran presencia en la flora y tradición de nuestra región. Aquí te mostramos sus características y las llamativas leyendas que revisten su existencia, rescatando que se encuentran dos historias muy contradictorias desde lo histórico-cultural.

El clavel del aire, o mejor dicho Tillandsia.

Se trata de una planta de características exóticas, pues crecen normalmente sobre otras plantas por lo que se mal denomina una “planta parásito” sin embargo . Su nombre científico es Tillandsia y pertenece a las plantas “epifitas”. Estas se encuentran en los desiertos, bosques y montañas de Centroamérica, Sudamérica, México y Norteamérica.

Las versiones de la leyenda del Clavel del Aire

Esta particular y hermosa planta posee su correspondiente leyenda. Desde lo religioso se dice que la palabra clavel se descolgó del latín: “un ojo del Lacio, con lágrima como rocío, miró la semilla de la flor y fue clarísimo: La forma era de un punzante clavo negro”. De clavo, pasó a clavel ya que rematar el vocablo con un sonido “el”, fue cosa del labio acostumbrado a pronunciar “fiel” o “miel” cuando nombra aquella ternura que ha cruzado la noche.

“Porque esta especie vive suspendida, porque voló sin raíces de las redes húmedas de la tierra, porque prefirió el libre espacio sin márgenes” se le apellidó “del aire”. Además, los religiosos tienen su versión y explican que “aire” se refiere a “espíritu santo”.

Sin embargo, recuperamos dos versiones de antaño que se reconocen como leyendas del Clavel del Aire. Estas historias explican un fenómeno de manera similar pero con diferencias que cargan un significado histórico social, mostrando realidades respecto a la época de la conquista con una construcción particular. Nos es un gusto mostrarles lo encontrado.

La leyenda de la india Shullca y el clavel del aire

Se dice que en la época de la conquista un oficial español se enamoró de una bonita indiecita llamada Shullca. Él la vio por primera vez camino a una expedición en las sierra del noroeste argentino y no pudo olvidar su belleza.

Al llegar al pueblo hizo sus averiguación y comenzó en la con la conquista de la joven, pero Shullca no correspondió a sus cumplidos y un apasionante amor desató en la venganza del español.

Una tarde la encontró sola en las sierras y comenzó a perseguirla. Shullca, una niña, en su desesperación trepó a la rama más alta de un coposo algarrobo. El viento era fuerte, y mientras más subía Shullca, más se balanceaban las ramas amenazando con derribarla. El joven oficial trepó tras ella y con dulces palabras le pidió que bajara, prometiéndole respetarla si así lo hacía. Pero la niña se negó y el enfurecido soldado arrojó el puñal que fue a clavarse en el pecho de Shullca.

El cuerpo de la indiecita calló al vacío y tras él, el del oficial hispano. Una gota de sangre alcanzó a humedecer el tronco del árbol y allí nació el clavel del aire, que con su fragilidad y delicadeza recuerda por siempre la inocencia de Shullca.

La leyenda de la joven española y el clavel del aire

Una madrugada diez o doce Huilliches (aborígenes araucanos, montañeses y ladrones) arremetieron contra la vivienda de unos españoles de un campo de una Estancia cerca de la margen izquierda del río. Muy sanguinarios, tomaron cautiva a una joven después de matar a las demás personas de su familia.

Era lo normal para los maleantes llevarse mujeres blancas y jóvenes. La muchacha iba en la grupa de un caballo muy sujeta por uno de los ladrones que previamente le había tajeado las plantas de sus pies, para que no escapara.

A poco de huir con el botín se fueron dispersando entre los montes. El que llevaba a la cautiva intentó ser el más rápido orientándose hacia sus escondrijos en la montaña en un terreno desconocido, llevando a su cabalgadura a una zona de vizcacheras y sucedió el hecho: el equino metió su pata en una de las cuevas rodando con su carga violentamente. Ella repuesta de la caída se arrastró lentamente pudiendo ver a su agresor inerte y también al caballo que arrastrando su pata quebrada se alejaba a duras penas. Al acercarse más al humano comprobó que no respiraba, que estaba muerto.

Ya más calmada la joven vio que le iba a ser difícil caminar con sus pies en carne viva, cavilando en ello y otras cosas creyó oír un lejano rugido y divisó tres pumas y arrastrándose como pudo llegó al chañar más cercano y lo trepó importarle los dolores que sentía. Las ramas más altas le permitieron encaramarse con mayor fuerza y desde allí ver como los pumas devoraban al cadáver del aborigen. Luego los animales intentaron alcanzarla, y arriba la niña se apretaba a las duras ramas que la sustentaban en un sinfín de sacudones y balanceos que procuraban su caída. Allí aferrada ya casi adherida los aguantó largo rato con desgastada firmeza, al punto que los pumas decidieron abandonar el reto y se fueron.
Ella se quedó allí apretada a su árbol, lo único que tenía y que le importaba en esos momentos, pues fuera de ello no tenía nada, su familia había sido muerta. Quería ser parte del chañar, sus uñas se fueron internando en él, sus brazos, pies sangrantes y su cuerpo todo se fueron enroscando y completando una rara metamorfosis verdosa, como así su blanco rostro y clara cabellera que pasaron a ser suaves pétalos. Pequeñas raicitas penetraron la dura corteza sin herirla, pues la convertida en nueva planta no quería bajar a la tierra deseaba quedarse en su árbol y allí quedó transformada en el que pasamos a llamar: “clavel del aire”.
Muchas plantas del piedemonte ostentan estos raros vegetales, mal llamados parásitos (pues se nutren de la humedad del aire, de ahí su nombre) ellos solo retribuyen con su belleza al soporte que encuentran en esos árboles.

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